“Aquí somos así de egoístas: cada uno mira por lo suyo y nadie mira por lo de los demás. Pero ahora sí, ahora que es tarde vienen a mirar por nosotros y ya no vale de nada. Todo son lamentos”. Isabel Piñeiro Piñeiro comparte apellido con muchos vecinos de O Pindo (Carnota) y ella cree que es porque los pinos que arden tan bien están aquí, en este monte sagrado al que llaman O Pedreghal, desde los tiempos ancestrales en que los dioses gallegos escogieron esta mole ventosa de 627 metros para vigilar el mundo desde su cima. Este miércoles, desde el que Otero Pedrayo bautizó como Olimpo celta, las deidades poco podían otear, con el pueblo envuelto en una espesa nube de humo tóxico que cubría toda la costa y alcanzaba Noia y Serra de Outes, al juntarse con el que venía desde otros incendios de nivel uno en Negreira y Porto do Son.
En la peor jornada del verano, el fuego asoló casi 3.000 hectáreas entre los tres fuegos citados y otro más, también de máximo nivel, en A Fonsagrada, junto a otros de menor tamaño. Los cuatro primeros pusieron en riesgo núcleos de población. Al caer la noche, en O Pindo, un paraje de importantísimo valor ecológico y cultural, habían ardido 1.600 hectáreas. Según el secretario del colectivo Monte Pindo Parque Natural, Mario Maceiras, las llamas devoraron “el 90%” de esta obra magna de la orografía, donde hasta este miércoles al menos prosperaban especies únicas en España. Durante este verano ya fueron pasto de las llamas unas 15.000 hectáreas en toda Galicia. Entre 2008 y 2012, la Xunta declaró 22 incendios de nivel uno (los que amenazan zonas pobladas). Esta temporada, ya lleva decretados 16.
El foco donde se inició este incendio forestal que corrió ladera abajo hasta los núcleos de Caldebarcos, Panchés y Quilmas, alcanzó literalmente el mar y después fue directo al corazón de O Pindo, se localizó en Arcos, en el municipio vecino de Mazaricos. Por obra y desgracia del fuerte viento del nordeste, el fuego prendió poco después de las nueve de la noche y alcanzó Valdebois y Caldebarcos a las 11.
Curiosamente, otro fuego que comenzó también en la parroquia de Arcos corrió en la misma dirección y llegó a amenazar O Pindo la semana pasada. Entonces solo ardieron 63 hectáreas porque no soplaba el viento y los medios de extinción fueron capaces de pararle los pies a las llamas. Este miércoles, en cambio, entre la madrugada y las diez de la mañana decenas de vecinos tuvieron que ser desalojados mientras las sirenas de los camiones de bomberos ponían la banda sonora. Dos ancianos impedidos fueron evacuados de su casa y trasladados al hospital.
Los equipos de extinción cortaron la carretera principal durante varias horas, pero el tráfico aéreo, mientras tanto, se hacía cada vez más intenso. Siete helicópteros y seis hidroaviones, según las cifras facilitadas por la Xunta, trabajaban en el lugar. Cargaban agua en el embalse del Ézaro y en la ría de Muros, buscando huecos entre las bateas. Solo desde el aire se podía apagar el Monte Pindo, inaccesible para las motobombas, obligadas a aparcar en el centro del pueblo. Los brigadistas aprovechaban al máximo unas mangueras que, según explicaba un guardia civil, tienen una longitud de 600 metros y fundamentalmente alcanzaban para proteger la parte baja, donde se apiñan y trepan las viviendas. Por todas partes se veían furgones de la UME (Unidad Militar de Emergencia del Ejército).
María del Carmen Sebio, vecina de Caldebarcos, cuenta que se acostó media hora y cerró los ojos, pero no pudo dormir. Como casi todos aquí se dedicó toda la noche a proteger con la manguera el perímetro de su casa, pero a su lado, mientras atiende a las preguntas de la prensa, a eso del mediodía, una ráfaga de ese viento que durante la mañana calmó y ahora parece de nuevo despertar aviva de nuevo las llamas en unos matorrales donde ya apenas salía humo. Este miércoles por la tarde, tanto la conselleira de Medio Rural, Rosa Quintana, como el alcalde de Carnota, Ramón Noceda, informaban de que la situación había “mejorado” pero el viento volvía a ser “preocupante” y amenazaba en especial algunos núcleos.
La tarea de vigilancia no cesó durante el todo el día porque el monte bajo es muy traicionero. No hay un vecino que confiese que no roza sus parcelas, cientos de pequeños terrenos cercados de piedras que tejen una red entre las casas hasta que el monte empina. Pero lo cierto es que todos se quejan de que hay muchos que no desbrozan. Que los viejos a duras penas pueden, y los emigrados, que aquí son tantos, no están para limpiar.
El hecho de que los vecinos actuasen protegiendo por sus propios medios sus viviendas dio lugar ya por la mañana a un paisaje que el propio regidor del BNG calificó como “dantesco”. Columnas de humo, tierra y rocas negras, vegetación carbonizada, cables del tendido eléctrico, al borde de la carretera, desaparecidos. Y en medio de tanta oscuridad, casas de vivos colores. Todas ellas, de lejos, parecen indemnes. Pero cuando uno se acerca, bastantes de ellas aparecen con las persianas derretidas, imposibles de levantar, y los canalones y demás elementos plásticos de las fachadas doblados o totalmente consumidos.
Palmira y su hijo José Manuel viven en Zurich. Su chalé de Panchés, recién pintado de azul, es probablemente el que más ha sufrido. “Aquí cada uno estaba para proteger lo suyo primero, es lógico”, comenta una vecina, “y las casas de los que están fuera, como la de los de Suiza, o la de Joaquín e Isolina, que viven en Londres, son las que más daño tienen”.
Este miércoles de madrugada, unas llamas altísimas atravesaron los muros del jardín de Palmira. Ardieron todos los cipreses, la palmera grande, los frutales. Peras negras sobre el suelo negro. Han caído todas menos una que, milagrosamente, sigue colgando del esqueleto de árbol. El aire debió de alcanzar tal temperatura que estallaron cristales de las ventanas y la uralita de un alpendre que hay al fondo saltó por los aires. Aquí las persianas recuerdan los relojes que pintó Dalí. Se escurren como un líquido por las fachadas. La familia, tan lejos, pudo ver el desastre por la tele, que retransmitía en directo desde el jardín, y también por las fotos que los amigos de José Manuel colgaron en Facebook. Su impotencia era mayor que la de cualquier otro nacido en O Pindo.
Tanto Isabel Piñeiro como D. (que prefiere no aparecer con su nombre completo), dos vecinos que fueron desalojados a las nueve de la mañana de sus casas en el núcleo principal, después de que a las ocho entrasen de lleno las llamas en sus respectivas propiedades, habían ido recientemente a alertar al Ayuntamiento de Carnota del peligro que acechaba. A ambos les dijeron lo mismo. Que tenían que “presentar denuncia formal” contra sus propios vecinos para que el consistorio los obligase a limpiar. Pero ninguno quiso dar ese paso. “Nadie quiere buscarse problemas con la gente”.
Isabel es una de las pocas vecinas que durmió toda la noche. La mayoría, aquí, no pegaron ojo. Dice que estuvo “serena” porque ya vivió lo mismo hace ocho años, en 2005, cuando el fuego engulló 550 hectáreas y también asoló el pueblo, y también hace más de dos décadas, en el primer gran incendio que recuerda. Carnota, además, fue zona cero durante la catástrofe del Prestige. Y los marineros se temen de nuevo lo peor. Cuando lleguen las lluvias, bajará la ceniza por la falda empinada y matará la vida del mar.
A eso de las ocho de la mañana, el marido de Isabel decidió despertarla porque el fuego rodeaba por los cuatro costados, y a solo metro y medio, su pequeña casa construida sobre un peñasco. A las nueve los agentes prendieron un contrafuego para proteger su finca, y también la de D., de las llamas que prosperaban en el laurel. El fuego había roto la cañería que lleva a su barrio el agua de la traída vecinal. Los guardias les dijeron que tenían que irse y bajaron con otros muchos vecinos a la iglesia. Isabel se llevó con ella a su perro Nano, pero no ha vuelto a saber nada de los cuatro gatos de la casa. La mujer y la suegra de D. cuentan que pasaron mucho miedo y no podían parar de llorar mientras veían arder el paisaje de sus vidas.
O Pindo es uno de los más singulares espacios naturales de Galicia. Este monumento granítico guarda un valor ecológico único, con especies como el carballo enano (la población más cercana está localizada en el sur de Portugal y el norte de Marruecos) y el lirio de monte (que en Galicia solo está presente en O Xurés). El monte está incluido en la Red Natura y posee unas 650 especies naturales catalogadas, medio centenar de ellas protegidas y algunas en peligro “crítico” de extinción.
El colectivo Monte Pindo Parque Natural lleva años reclamando una mayor protección para una superficie de 2.000 hectáreas altamente sensible. Este miércoles por la tarde, la asociación convocó de urgencia una rueda de prensa para pedir la dimisión de la conselleira Rosa Quintana y del titular de Medio Ambiente, Agustín Hernández. “Pedimos responsabilidades políticas porque aquí el problema significativo no son las parcelas privadas, sino el gran monte, que es público”, expone el secretario, Mario Maceiras. “La ineptitud y la desidia de los responsables políticos son la causa de esta desgracia”. Monte Pindo Parque Natural lleva “tres años denunciando la situación”, el peligro que se corre en verano, y la última respuesta de la Xunta fue que “entre las diversas Administraciones, entre 2010 y 2013, llevan comprometidos para actuaciones en O Pindo 300.000 euros”. “Nosotros estamos vigilantes, somos los únicos que limpiamos caminos, y no sabemos adónde habrá ido a parar ese dinero porque aquí no llegó nada”, asegura este vecino.
“Por eso ahora es más necesario que nunca que declaren el monte parque natural. Es preciso protegerlo, y más ahora que está arrasado”, sigue Maceiras, “porque es como un enfermo que agoniza y necesita de urgencia el tratamiento médico”. Cuando se pueda subir al monte, los miembros del grupo intentarán comprobar si siguen allí el carballo enano y el lirio. Y si el fuego no ha dañado “las murallas que aún se descubrieron hace poco, los restos de castillo medieval, las ruinas de una ermita y los petroglifos” que han ido apareciendo. Muchos de los hallazgos están sin excavar ni estudiar, porque nunca ha habido dinero para hacerlo.
Abajo, sentados en el murete de una casa, una familia del puerto de Quilmas arremete también contra el sistema, que permite incendios como este, según ellos motivados “siempre” por “intereses económicos”. María trabajó toda la noche, y ahora se tapa la cara porque le duele con el sol. Está tan quemada como si se hubiese quedado dormida en la playa un día entero sin protección. Tiene la piel roja y los ojos azules irritados por el humo. Delante de su vivienda, durante toda la noche, un cable de alta tensión roto “daba latigazos” con el viento y “echaba chispas”.