El espacio marítimo y terrestre que ocupan los puertos deportivos en la ría de Vigo supera los 240.000 metros cuadrados. Veinticuatro hectáreas que, si observamos con atención, cuentan con una media del 30 % de plazas de atraque vacías.
Por si la referencia visual no fuera suficiente, solo se necesitan un par de minutos en Internet para encontrar centenares de ofertas de plazas de atraque en alquiler y venta a lo largo de la ría. ¿Cómo se justifica, si no es por simple ladrillazo, proponer nuevas infraestructuras cuando la oferta supera a la demanda? No hay indicador socioeconómico que permita aventurar una llegada masiva de ricos a bordo de yates y lo que sí conocemos en cambio son muchos proyectos abandonados por inviables.
El argumento económico y los presuntos puestos de trabajo suelen ser el telón de fondo para justificar estas infraestructuras. Sin duda, son argumentos a tener en cuenta, precisamente por eso rechazamos proyectos que en muchos casos destruyen por sus impactos un 90 % de la riqueza y empleos en su entorno. Si por cada puesto de trabajo en un puerto deportivo se pierden nueve del sector pesquero artesanal y marisquero? mal negocio.
No olvidemos que en su mayoría son espacios sobre zonas de uso público que se transforman en concesiones privadas, impidiendo el disfrute del litoral al conjunto de la ciudadanía que, en general, no dispone de un barquito de recreo de más de 8 metros de eslora.
Cuando pensábamos que al menos la crisis serviría para desterrar estas actuaciones descubrimos que, otra vez, el Club Marítimo de Canido vuelve a la carga con su proyecto de puerto deportivo presentando una versión actualizada que apenas difiere del proyecto original del 2005, a pesar de que ya en 2007 fue rechazado por la Xunta ante su irreparable impacto ambiental.
Es complicado resumir los impactos directos e indirectos de este proyecto de 30.000 metros cuadrados entre la afección a la lámina de agua y las infraestructuras complementarias. Como mínimo las playas de Canido y Fuchiños sufrirán una pérdida severa de arena (que no se resuelve vertiendo camiones, que el mar la vuelve a sacar), además de la carretera de acceso sobre la propia playa de Fuchiños. La pequeña bahía se irá transformando en un lodazal, con la consiguiente pérdida de biodiversidad. El cambio de perfil costero afectará también a Toralla y O Vao. Bancos marisqueros todavía muy productivos irán desapareciendo y los cambios en la hidrodinámica de la ría crearán nuevas corrientes que afectarán a la batimetría y la dinámica del litoral.
Es importante no perder la perspectiva cuando se analizan los impactos ambientales de estas instalaciones, porque tendemos a fijarnos en los efectos provocados en su entorno inmediato, olvidando que sus consecuencias se parecen a una reacción en cadena que afecta al conjunto de la ría, incluso en zonas muy lejanas.
Vigilantes, desde la Plataforma pola Defensa da Ría, que agrupa a la mayoría de cofradías de pescadores artesanales y marisqueras, lanzan nuevamente la alarma y lideran la oposición al proyecto, a la que se sumaron colectivos ecologistas y fuerzas políticas verdes y de izquierda. Lo sorprendente ha sido el firme rechazo manifestado por el alcalde. En este caso no podemos estar más de acuerdo con sus declaraciones y argumentos, que felicitamos y compartimos. Deducimos por lo tanto que aquel plan Nouvel que el mismo Caballero, entonces presidente del puerto, defendía como imprescindible y que incluiría triplicar en superficie y plazas el puerto deportivo no era más que una travesura juvenil.
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