Hace muchos años el Concello encargó a una prestigiosa universidad catalana un estudio sobre el tráfico en Vigo. Su principal conclusión, tras unos meses de estudio y varios millones de pesetas invertidos, no parecía gran cosa. En la ciudad, decían, había demasiados coches.
Para abordar un análisis del impacto ambiental del tráfico, podríamos empezar precisamente por preguntarnos el número de coches que existen. No es una pregunta sencilla porque por nuestras calles no solo circulan los vehículos matriculados aquí. En cualquier caso, un cálculo estimado a la baja sobre los datos oficiales indica que la suma de coches, autobuses y motos en Vigo es de 190.000. Realmente son muchos.
Para hacernos una idea de lo que representan en longitud, si los aparcásemos en línea una ardilla podría llegar de Vigo a Madrid saltando de uno a otro. Porque, evidentemente, ocupan espacio y la ocupación del suelo es muy ilustrativa del dominio del coche sobre las personas. Si aplicamos un sistema de información geográfica al casco urbano vigués, descubrimos una cifra redonda: los coches cuentan con el doble de espacio para circular que las personas, un 20 % y un 10 %, respectivamente. Casi una quinta parte de la superficie total del casco urbano se dedica a los vehículos motorizados. Afortunadamente no todos circulan a la vez, entre otras cosas porque no podrían hacerlo pues los coches ocuparían un espacio que triplicaría la totalidad de las calles y carreteras de la ciudad. Poco a poco el coche devora Vigo.
Eficiencia
Deberíamos pensar que, como medio de transporte, el vehículo privado es un sistema muy poco eficiente. Poner en movimiento una tonelada y media de acero aluminio y plástico para desplazar nuestros 80 kilos de peso de un lugar a otro y desperdiciando en forma de calor un tercio del combustible empleado para ello no es precisamente el colmo de la eficacia.
Pero el gran problema es que un solo coche mediano emite al cabo de un año la cantidad de CO2 equivalente a su propio peso. De forma gráfica, sería una montaña de gases tóxicos con una superficie equivalente a toda la Plaza do Rei (edificio del Concello incluido) y una altura de 9 metros. Si multiplicamos esta cifra, quizás resulte más sencillo comprender por qué la circulación motorizada debería ser una especial preocupación ambiental.
El cálculo es sencillo: el tráfico de Vigo genera 600.000 toneladas anuales de CO2, o lo que viene siendo lo mismo, dos toneladas anuales per cápita. Deberíamos pensar que la contaminación atmosférica pesa, y nada mejor que imaginarnos una masa de dos mil kilos de veneno cayendo sobre nuestra cabeza para comprender la magnitud del problema. La contribución del tráfico de Vigo al cambio climático nos sitúa en vanguardia de Galicia. Quizás que nuestro alcalde sea el presidente de la red de ciudades por el clima debería convertirnos en ejemplo de lo contrario.
El coche eléctrico se presenta estos días como la solución a tan complejo problema. Es cierto que no emite humos ni apenas genera ruidos y que su combustible resulta considerablemente más barato. Pero el esquema sigue siendo el mismo: favorecer un urbanismo disperso y continuar la carrera de las infraestructuras de transporte que solapa calles con carreteras con vías rápidas con autovías con autopistas. Se aumentan los carriles y paralelamente aumentan los coches.
Pero lo destacado fundamentalmente del coche eléctrico es que carece de emisiones de CO2. La incómoda pregunta podría ser: ¿Con qué fuente de energía se produce la electricidad que mueve a ese coche? La respuesta es diferente en función de la comarca, pero en el caso concreto de Vigo nuestra electricidad proviene mayoritariamente, en un 45%, de las centrales térmicas, curiosamente una de las mayores fuentes de emisión de CO2.
Voracidad
Paradójicamente si la totalidad del parque automovilístico vigués se convirtiera hoy mismo en vehículos eléctricos, la contribución de Vigo al las emisiones de CO2, dióxido de azufre y resto de gases que provocan el efecto invernadero posiblemente aumentaría. Aunque, claro está, su emisión se realizaría en otro lugar.
Desgraciadamente las moléculas de CO2 no comprenden ideas tan profundas como la soberanía municipal y simplemente el viento se las lleva pero no desaparecen, solo se reparten. Solo cuando se utilice de forma racional, limitando su número, desplazando a los vehículos convencionales y, sobre todo, la fuente de energía sea renovable, el coche eléctrico será realmente un complemento, aunque nunca mejorará las prestaciones de caminar, la bicicleta, el autobús o el tren convencional.
Pero los coches, voraces, parecen necesitar más y últimamente no olvidemos que están pasando al ataque. La cifra de atropellos en Vigo es la más alta de Galicia, con el agravante de que muchos se producen en los pasos de peatones.
chequeo al medio ambiente el tráfico
Nunca un problema complicado tiene una solución sencilla, y el tráfico en Vigo es un problema muy complicado. Para empezar, hay que pensar que en distancias menores a un par de kilómetros no hay medio de transporte más eficaz que caminar. Sencillamente. Es de las pocas cosas que nos facilita la ausencia de lluvias. Seguidamente, debemos tomarnos en serio la bicicleta. Se la sigue considerando un elemento recreativo en lugar de asumir su papel fundamental como medio de transporte económico, ecológico y saludable. Los carriles bici nunca se tienen en cuenta para planificar la movilidad urbana (las docenas de humanizaciones realizadas así lo muestran) y cuando se hacen ocupan el espacio peatonal o llevan a ninguna parte. El transporte público difícilmente se consigue promocionar con un billete de los más caros de este país y con unos carriles bus permanentemente ocupados por los coches, lo que ralentiza su frecuencia. Si además los autobuses urbanos utilizaran gas natural, sería mucho mejor. En último lugar hay que plantearse compartir el coche. Solamente con dos viajeros por vehículo reduciríamos un 20% de coches y contaminación. Y no estaría de más que los agentes sociales participasen en la planificación: la UE determina que todas las ciudades de más de 100.000 habitantes deben elaborar, participativamente, un plan de movilidad urbana. En Vigo dicho plan no existe.
190.000 vehículos. Dos por cada tres personas. Los estudios realizados confirman que la ciudad soporta un número elevado de coches.
Puestos en fila india, una ardilla podría ir saltando de uno a otro y no tocaría el suelo hasta llegar a Madrid. 600 km.
Los gases nocivos que genera el tráfico rodado en la ciudad suponen cada año 2.000 kilos por cada vigués.
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